





Escribo para entender lo que no encaja del todo
Durante mucho tiempo me rondó una pregunta: ¿hasta qué punto elegimos de verdad la vida que llevamos? De ahí surgió el impulso de escribir. No para dar respuestas, sino para explorar con cierta calma lo que a menudo se esquiva. Empecé a tirar del hilo de la libertad —su peso, su precio, sus límites— y eso acabó convirtiéndose en el núcleo de mi primera novela.
Nací en Valencia. He vivido en distintos países, pero mis raíces siguen aquí. Hay algo del Mediterráneo que atraviesa todo: el sentido de comunidad, la mezcla de lo bello con lo áspero, una forma concreta de observar la vida. Supongo que también eso escribe en mí.
La Bitácora Inédita de Orlando Broseta es mi primera novela publicada. Llegar a ella me llevó tiempo, reescrituras y muchas horas en silencio. Tuve que encontrar una forma de narrar que me resultara auténtica. Que no buscara agradar, pero sí decir algo con honestidad.

Descalzo ante la página
Me interesa lo simbólico, lo narrativo y lo que se escapa de lo evidente. Me han dicho que tengo una forma lateral de mirar. Tal vez por eso la literatura de aventuras siempre me ha fascinado: porque permite abrir preguntas profundas sin solemnidad. Autores como Melville, Conrad, Dumas o Tolkien me acompañan desde hace años, más por afinidad emocional que por comparación.
No tengo un método exacto, más allá de confiar y reescribir, pero sí una rutina irrenunciable: escribir con los pies descalzos. No sé bien por qué, pero me resulta difícil dar rienda suelta a mi fantasía con los zapatos puestos.

Escribir no me ha dado certezas. Más bien, me permite sostener el desconcierto sin caer en el cinismo. Cada historia que intento contar nace de una inquietud que se resiste a desaparecer. No me interesa la literatura como refugio ni como terapia, sino como espacio de fricción: entre lo que uno cree saber y lo que la experiencia le desmiente.
Intento que lo que escribo no sea cerrado, ni ejemplar, ni cómodo. Prefiero que incomode un poco, que provoque una grieta, aunque sea leve. Que cada lector lo reciba desde su propio mapa, y lo atraviese como quiera.
Tal vez una frase se quede. O una imagen. O simplemente una sensación. Si algo permanece, aunque sea un instante, entonces la historia ya ha hecho su parte. Y yo también.
